Año Tercero
Edición Décimocuarta
Hagamos un ejercicio. ¿Que es ser patriota? ¿Cuantas oportunidades tenemos a diario de serlo? ¿Hacer pequeños actos, alcanza?
David Nalbandián es sólo un jugador de tenis. ¿Es sólo eso?
"Vine por amor a la patria" dijo momentos después de ganar el tercer punto que le permitió a Argentina imponerse 3-2 en Suecia ante un equipo Campeón de la competición en varias ocasiones.
La performance del unquillense es inobjetable. Se bajó por lesión pero al comprobar que tenía margen para jugar, se tomó un avión, se entrenó poco y nada y salió a jugar. ¿Resultado? Triunfo en dobles y singles. Impensado por donde se lo mire.
No todas son rosas en el camino del rubio: Hace año y medio, su participación en la final de la Copa Davis no fué del todo feliz. Arrasó en singles pero perdió en dobles, repartió culpas por doquier, no dió la cara en la derrota y se peleó en demasía por la sede, evidenciando intereses lejanos al deporte.
Ahora repasemos. Fué ídolo, fué un mal perdedor, es Rey. Nalbandián se convierte en la metáfora perfecta del ser argentino. Una sociedad que exprime a los ídolos y los pisotea cuando no pueden darle más, pero ojo: Si llegan a poder darle más, será capaz de levantar el pie para dejarlos.
Mientras Del Potro espera volver en la siguiente fase y poder quitarse los pies que ahora lo pisotean como contrapartida a los aplausos a Nalbandián, el cordobés disfruta las mieles del éxito, que ante el primer contratiempo pueden transformarse en un panal de abejas dispuestas a picarlo.
¿Será ésto parte de la patria que Nalbandián ama?
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